¿Por qué nos cuesta trabajo meditar? Esta es una pregunta que escucho recurrentemente en las clases de mindfulness. También es una pregunta que me he hecho a mi mismo muchas veces.

Existen razones de sobra para no hacerlo: no tenemos suficiente tiempo, no tenemos suficiente práctica, estamos muy cansados como para sentarnos y cerrar los ojos, nos da flojera o simplemente ha dejado de ser novedoso. Podemos encontrar un sinfín de motivos y pensar que tenemos que “atacar” a cada una de estas razones hasta lograr un equilibrio perfecto y así experimentar una gran motivación para meditar. Si nos enganchamos en este pensamiento, puede que nunca estemos lo suficientemente listos o listas para meditar.

Es importante comprender que uno de los factores que puede estar alimentando a todas estas razones para no meditar es la evitación emocional o evitación experiencial.

¿Qué es la evitación experiencial?

En palabras simples y concretas se refiere a la tendencia que todos tenemos de alejarnos de lo incómodo o doloroso. Y es que a nadie nos gusta el dolor, no nos gusta sufrir. De hecho, pasamos mucho tiempo de nuestra vida intentando alejarnos de lo que nos hace sentir mal, ¿te has dado cuenta de eso? Ante la sensación de hambre, comemos. Si tenemos sed, bebemos agua. Si está lloviendo, utilizamos un paraguas y brincamos los charcos para no mojarnos. En fin, mucho tiempo de nuestra vida gira alrededor de la búsqueda del placer.

Sin embargo, ¿qué hacemos cuando aparecen pensamientos, emociones o sensaciones que no nos gustan y que nos hacen sentir incómodos? ¿Cómo evitamos sentirnos enojados o pensar que nuestra vida no va como lo hubiéramos deseado? Ante esta incomodidad, hacemos muchas cosas: comemos sin hambre, consumimos sustancias, vemos la televisión, dormimos y muchas cosas más. Llevamos a cabo conductas que nos distraigan pensando que la solución está en evitar. El problema es que cada vez necesitaremos más distractores, actividades más intensas o más duraderas que nos mantengan “lejos” del dolor emocional.

Se sabe que evitar, interrumpir o alterar los pensamientos, emociones o recuerdos suele ser inútil y en ocasiones incluso contraproducente. Seguramente te ha pasado que al no querer pensar en algo, lo piensas más, y esto a su vez aumenta la incomodidad por no poder dejar de pensarlo. Y es que todo alrededor parece invitarnos a mantener lo incómodo y displacentero muy lejos, en donde nadie lo vea. ¿Te imaginas una cuenta de Instagram en donde se retraten los momentos complicados de alguien? ¿O en donde se suban fotos del desorden en casa o el caos que causan los conflictos familiares o de pareja? Yo tampoco. Y así, poco a poco, vamos comprendiendo (y reproduciendo) que las emociones “malas” no se expresan, que nos hacen personas poco deseables y que por lo tanto, algo muy malo debe estar pasando con nosotros por sentirlas.

La evitación emocional puede ser necesaria para regularnos y funcionar en la vida cotidiana, pero si se convierte en algo que no nos permite estar en contacto con la vida y afrontar sus dificultades, vale la pena hacer algo al respecto.

Dejar de huir

Existen distintas prácticas de autocuidado como la psicoterapia y la meditación de atención plena que proponen justo lo contrario: acercarnos o afrontar lo incómodo, comenzando por darnos cuenta de su existencia, expresándolo, sintiéndolo, resignificándolo.

Cuando nos sentamos a meditar llenos de emoción y con una sensación de orgullo por estar cuidando de nosotros (y de nuestro entorno en consecuencia) y nos topamos con pensamientos, emociones y sensaciones desagradables o atemorizantes, nos frustramos. Pareciera que nuestra práctica no se parece en nada a las imágenes de gente meditando en donde sólo vemos calma, felicidad, equilibrio y realización.

Lo importante es saber esto, que practicar mindfulness en ocasiones será incómodo, doloroso y confrontante, y es esto, precisamente, lo que permitirá que surja la calma y aceptación necesarias para sostener la práctica y estar más presentes en la vida, así como es, hermosa y dolorosa a la vez.

El monje Thich Nhat Hanh lo describe maravillosamente:

“Hay un río de sentimientos dentro de nosotros… pueden ser placenteros, incómodos o neutrales… meditar es ser conscientes de cada sentimiento. Reconocerlo, sonreírle, mirarlo profundamente y aceptarlo con el corazón. Si continuamos mirando profundamente, descubrimos la naturaleza de ese sentimiento y dejamos de tenerle miedo, incluso si es un sentimiento doloroso.”

Vale la pena ser cuidadosos en no hacer de nuestra práctica de meditación un escape. A esto se le llama bypass espiritual, es decir, meditar para alejarnos de lo que nos incomoda, escapando emocionalmente de las complejidades de la vida y de las relaciones, negando las situaciones difíciles a las que necesitamos enfrentar, escondiéndonos en una actitud de amor y paz que lejos de haber sido forjada al atravesar nuestra “lodo” emocional, funciona como maquillaje del dolor que todos y todas experimentamos por el hecho de estar vivos y vinculados con un entorno.

Entonces, meditar puede ser incómodo, es verdad, pero poco a poco conforme la práctica se va asentando y madurando, nuestra capacidad de estar presentes con nuestro dolor, aumenta. A esto se le ha llamado tolerancia emocional y su beneficio es enorme ya que aprendemos a través de la experiencia a ofrecernos (y ofrecer al otro) presencia, atención y compasión, dejando de correr hacia la distracción que nos adormece.

Referencias:

  • Manual clínico de Mindfulness
  • Sentarse juntos.

Imagen: freepik.es