Cuando comencé a meditar mindfulness o atención plena, pensé que mis años como practicante de canto de mantras serían un apoyo tan grande que no me costaría nada de trabajo entrar a este espacio del momento presente. Estaba seguro que llevar tantos años practicando yoga y meditación haría que la experiencia no fuera tan novedosa. Con esta actitud comencé a estudiar y practicar mindfulness y claro, la realidad fue muy distinta a mis expectativas.
Recuerdo la primera vez que me senté a meditar sin mantras de fondo, sin música inspiradora, sin haber practicado yoga antes, sin “nada”. Tomé mis cojines de meditación y los puse encima de la salea en la que practicaba yoga. Me senté, cerré los ojos y llevé mi atención a la respiración.
Lo primero que pasó es que sentí que me faltaba el aire. Literalmente, sentía que no podía inhalar profundamente. Pensé “ahora se pasa” pero no fue así. Abrí los ojos extrañado por esa sensación y respiré profundo varias veces hasta que más o menos pude bajar el ritmo de mi corazón. Volví a cerrar mis ojos y a llevar mi atención a la punta de la nariz para sentir el aire entrando y saliendo. De nuevo la falta de aire y taquicardia. Practiqué algunos minutos más hasta que decidí que no era un buen día para meditar, seguramente estaba cansado por el trabajo o algo por el estilo. Quité mis cojines y volví a mi rutina de la tarde.
Por varios días estuve tratando de prepararme para meditar. Respiraba profundo, practicaba algunos pranayamas que creía que podían ayudarme y después comenzaba a poner atención al momento presente. Era como si tuviera que prepararme para simplemente ser, para estar ahí, observando, estando. Y qué frustrante era enfrentarme cada vez con lo mismo: falta de aire, taquicardia, sudoración en las manos y miles de pensamientos amontonados en segundos. Esta experiencia no estaba siendo para nada lo que esperaba.
No cambiar nada en el presente
A pesar de estar estudiando la teoría acerca de mindfulness, conceptos, modelos de investigación, antecedentes, etc., no lograba sentarme a meditar, y cuando más o menos podía, lograba estar apenas unos minutos practicando. Así pasé varios días, buscando relajarme para poder meditar. Un buen día, al terminar mi práctica, me di cuenta que no había tenido esa sensación de falta de aire, y aunque mis pensamientos habían estado muy agitados como de costumbre, pude estar un poco más presente. Ese día simplemente me había sentado a meditar y no di mucho espacio para que las expectativas llenaran mi mente.
Con el tiempo, pero sobre todo gracias a la práctica, me fue quedando claro por qué se dice que mindfulness no pretende modificar la experiencia del momento presente. En lugar de pelear con mi ansiedad y tratar de calmarme respirando profundo, poco a poco fui acercándome a las sensaciones de mi corazón latiendo fuerte y rápido; y con todo y la incomodidad y los pensamientos que me decían “no lo estás logrando” me quedé ahí. Y continué practicando.
Poco a poco me iría dando cuenta de todos los malos entendidos que tenía acerca de la meditación mindfulness, de la enorme ansiedad con la que vivía, de lo grande que era mi ego y de lo infeliz que era en mi vida. Nada de esto hubiera sido posible sin las condiciones necesarias para observar lo que sucedía aquí y ahora, más allá de las historias que me contaba.
Estar presente resultó ser algo mucho más profundo y confrontante de lo que me imaginaba, me puso en contacto directo con un sinfín de fenómenos que habitaban en mí y de los que, como pude darme cuenta tiempo después, trataba de alejarme diariamente.
Mindfulness no pretende ser una técnica de relajación. Es una práctica para conocer la mente y sus diferentes formas de funcionar. Nos permite mirar las actitudes que tomamos frente a nosotros(as) mismos(as) y frente a los demás. En mi experiencia, comenzar a practicar fue como caminar en un terreno desconocido, al menos de esa forma específica. Pero le dio voz y sensación a muchos contenidos latentes, le dio voz y acción a lo que en verdad deseaba y fue así que pude tomar decisiones que cambiarían mi vida totalmente.
Así que hacernos presentes en el presente no es una tarea fácil, al menos al inicio. Incluso para quienes llevan muchos años meditando. Estar presentes en este momento implica muchas cosas a las que tal vez ya no estamos acostumbrados, como sentir. Pensamos que al comenzar a meditar sentiremos la paz mental y la relajación que tanta falta nos hace. Pero queremos sentir paz y tranquilidad en un cuerpo y en una mente que tal vez no han sido atendidos previamente, que no han sido escuchados o incluso ante quienes hemos construido una actitud de rechazo y juicio constantes por ser como son. Suena complicado, incluso un poco ingenuo, esperar sentirnos inmediatamente cómodos en un lugar que no conocemos; es como tener que convivir con un extraño o con la persona que llevas años molestando.
Meditar es un acto de valentía
Sentir nuestro cuerpo, habitarlo, escuchar nuestros pensamientos, ver las imágenes que aparecen sin cesar, sentir incomodidad e incluso dolor en la espalda o piernas, sentir un poco de ansiedad, sentir enojo y frustración, sueño y pereza. Esta es la experiencia de la mayoría de las personas que comienzan a meditar pero también de quienes llevan un buen camino recorrido en la meditación de cualquier estilo o tradición.
Y es que la meditación se ha vendido de manera tal que colectivamente creemos que es una forma de disociarnos o de alejarnos de los problemas “reales” de la vida, de lo que realmente merece nuestra atención, de lo “importante”. Pero, ¿hay algo más importante que conocer aquello con lo que percibimos la vida? Probablemente encontremos que hay mucho qué hacer en el proyector de la película, más que en la imagen proyectada en la pantalla.
Lograr estar presentes en el presente es una conquista, es un acto de valentía y de honestidad. Meditar trae enormes beneficios cuando se practica con constancia. Hacernos presentes en el presente es contactar directamente con nosotros y con nuestro entorno, percatarnos de nuestra relación con la vida: sintiéndola, viéndola y escuchándola. Meditar nos permite mirar la vida tal y como es, conocer la experiencia completa, quitarnos el parche que nos hace ver la vida a medias y reconocer en la experiencia que todo, absolutamente todo lo que sucede, “dentro” y “fuera” de mi, es momentáneo, como una ola de mar.
Comentarios recientes