Cuando hablo acerca de la experiencia de estrés me gusta ser cuidadoso al describir los diferentes efectos que éste puede causar en nuestro cuerpo, mente y emociones. Soy cuidadoso porque es fácil que hablar de esto cause un mayor malestar, cree angustia e incluso nos lleve a somatizar, sin embargo, es necesario darnos cuenta cuándo nuestro cuerpo y mente necesitan apoyos para atravesar las olas de la vida.

Como lo hemos platicado en el artículo ¿Qué es el estrés?, la experiencia estresante es una respuesta natural de nuestro cuerpo y mente que ha evolucionado junto con nosotros por millones de años. De hecho, algunos autores atribuyen a nuestra capacidad de estresarnos, que hayamos podido ser una especie tan “exitosa” en el planeta.

Nos estresamos cuando sentimos que algo amenaza nuestra integridad física o emocional. Cuando algo en nuestro entorno (y en ocasiones algo dentro de nosotros) nos hace sentir que no tenemos los recursos necesarios para afrontarlo, todo nuestro organismo se pone en acción. Si bien el estrés puede ser un apoyo en una situación de vida o muerte o puede apoyarnos para cumplir metas, es cierto que nos pasa la factura. A este desgaste se le llama carga alostática, a mayor carga, más desgaste físico y emocional.

Entre los efectos del estrés más comunes se encuentran los dolores de cabeza recurrentes (a veces migrañas), problemas gástricos como acidez o colitis, tensiones musculares, poca organización, saturación de actividades, irritabilidad y un cansancio que parece no irse aunque durmamos o tomemos siestas, ¿suena familiar? Entonces, mientras mayor sea el estrés y mientras más permanezca presente en nuestra vida, más intensos serán los malestares físicos, mentales y emocionales.

Los estilos de vida que tenemos actualmente muchas veces derivados de las demandas cada vez más intensas de producir más, ganar más y tener más, nos han llevado a normalizar sentirnos agobiados, preocupados e irritables. Además, hay situaciones sociales, culturales y mundiales que suman estrés y que no necesariamente está en nuestras manos poder resolverlas en su totalidad.

Parece entonces que el panorama es malísimo y que hay poco qué hacer, sin embargo, podemos comenzar por lo primero, que es darnos cuenta que estamos estresados y observar qué sí está en nuestras manos hacer para poder manejarlo de forma distinta.

Poner nuestra atención en las áreas en las que sí podemos tener injerencia y tomar acción, es esencial para ir experimentando cambios en nuestra forma de afrontar el estrés. Al mismo tiempo, reconocer qué no es posible comenzar a resolver en este momento es muy importante para elegir dónde poner nuestra energía.

Recuerda algo: el estrés no tiene que ser sinónimo de enfermedad, hay mucho qué hacer al respecto cuando aprendemos a escucharnos y nos hacemos cargo de nuestro bienestar.

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Kirtan Kriya